- Aventura y Montaña
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A Francek Knez se le conocía como “el escalador silencioso”. Era un tipo discreto y reservado hasta el extremo, pero sus gestas junto a Silvo Karo y Janez Jeglic, con quienes formó el grupo de “Los tres mosqueteros”, le dieron una relevancia y un protagonismo de alcance mundial.
Sin embargo, al igual que ha sucedido con otras leyendas de la montaña, como Fred Beckey y Royal Robbins, 2017 fue el año en el que Francek Knez dejó de escalar para siempre y entró a formar parte de la Historia del Alpinismo. Su muerte se produjo cuando sólo tenía 62 años, en la ciudad de Harje, en su Eslovenia natal, al caer por un risco desde una altura de 25 metros. Para entonces había recibido al Orden del Mérito de su país de manos del presidente Danilo Türk; había sido calificado como “leyenda” por su compañero de cordada Silvo Karo, y había completado más de 5.000 escaladas, 700 de las cuales fueron primeras ascensiones.
Las más destacadas las completó en la Patagonia, durante la mágica década de los 80: Diedro del Diablo, la cara este del Fitz Roy, del Cerro Torre… Pero fue en diciembre de 1986 cuando Knez y su grupo de Mosqueteros trazaron Psycho Vertical a la cara sur de la Torre Egger, una vía que tardó 29 años en ser repetida. Y tan solo un par de días después los tres eslovenos escalaban la cara norte de El Mocho con el italiano Roberto Pe.
Su periplo alpinístico se amplió al Himalaya, donde tomó parte en expediciones a la arista oeste del Everest, en 1979, y a la cara sur del Lhotse y del Dhaulagiri, aunque sin llegar a la cima.
El Karakórum paquistaní y el Himalaya indio también fueron testigos de su escaladas, pero fue en los Alpes donde Francek Knez desarrolló su faceta competitiva. El escalador esloveno es uno de los pocos montañistas que tiene aperturas en los tres grandes montes de los Alpes: el Eiger, el Cervino y los Grandes Jorasses. En 1982 batió el récord de velocidad en la ascensión de la cara norte del Eiger, que completó en 6 horas. Realizó la trilogía de las caras Norte de los Alpes, abrió dos rutas a las Grandes Jorasses (1977 y 1980), escaló en solitario la Bonatti al Petit Dru y exploró hasta 34 nuevas vías en la cara norte del Triglav, ya en los 90.
Ni siquiera el grave accidente que sufrió en 1999, tras el que se sometió a una delicada operación de columna, le pudo apartar de la montaña: seis años después abría una última vía en los Alpes eslovenos.
Knez siempre fue un hombre silencioso y alejado de los medios, y rehuía la fama y la atención pública. Alimentaba su fama de hombre sencillo cuando se abandonaba a sus compañeros de expedición durante las tormentas en el Himalaya para ponerse a caminar por las morrenas de los glaciares. Knez aprovechaba esos tiempos muertos para salir en busca de piedras extrañas porque, además de escalador fue escultor… y también poeta. Consideraba el alpinismo como “un viaje solitario a través de valles salvajes hacia las soleadas cumbres del alma”. El esloveno dejó para la posteridad una reflexión que resume la filosofía que le guio toda su vida: “Cualquiera que se ha detenido ante una pared de roca, que separa dónde estás de dónde quieres estar, ha visualizado la grandeza de la vida (…) Cualquiera tiene un amigo, incluso si es una roca o una montaña. He dedicado mi vida a quien tiene un rostro de piedra que corta la niebla”.