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Por Juanjo San Sebastián
Creo que fue Groucho Marx quien afirmó que por nada del mundo pertenecería a un club que admitiera a gente como él. Salvando siderales distancias con el genio, puedo decir por mi parte que jamás un candidato a quien yo haya votado salió elegido. En ningún ámbito. Y si me equivoco y alguna vez ocurrió, ahora no soy capaz de recordarlo.
Así fue mi primer encuentro con Paco Iriondo: me consta que estaba, pero no le recuerdo. Sí, en cambio, el día: frío, desapacible y con sabor a fracaso… precisamente porque él, y no mi candidato, había salido elegido presidente de la Federación Vasca de Montaña.
Fue en Pamplona, corría el año de gracia de 1972, y nevaba débilmente. Vivíamos los últimos años del franquismo y en aquella época pocas cosas se decidían en asamblea. Fue la primera paradoja del día. La federación, de hecho, llevaba en la realidad cinco años disuelta como consecuencia de la reacción despertada por las detenciones de los expedicionarios del Perú de 1967, y la del mismo Pedrotxo Otegi, presidente de entonces. No recuerdo si los resultados de aquella votación en Pamplona fueron muy reñidos, pero sí que el único candidato con un número de votos francamente ridículo fue José Mari Régil: el “mío”, cómo no.
Pero resultó que, como tantas otras sorpresas que nos depara la vida, a veces no sabe uno lo que gana cuando pierde según qué cosas. Esta fue la segunda y principal paradoja de aquel día. De “Patxi” –nunca supe por qué llamábamos así a Paco en aquellos tiempos- descubrimos enseguida que era un hombre de mirada integradora y abierta, que escuchaba y que sabía rodearse de buenos equipos humanos. En esta relación de hechos se me cruzan, quizá, fallos de memoria, subjetividades sin cuento y, seguro, emociones y afectos. Asumiendo, pues, un grave riesgo de falta de rigor derivado de los mencionados afectos diría que, en lo que a su actividad federativa se refiere, supo en primer lugar rodearse de espléndidos equipos humanos, que arrancó la Federación partiendo prácticamente de la nada y que, a pesar de proceder de la media y baja montaña, supo comprender y alentar también las actividades más vanguardistas, quebrando una áspera frontera de recelo que, al menos en mi entorno, existió hasta su mandato entre montañeros y escaladores.
De mi experiencia personal con él, resaltaría la enorme empatía mutua que surgió entre ambos desde nuestro primer encuentro, ya cara a cara, en un pequeño local de Elgoibar pocas semanas después de la asamblea de Pamplona. Después nos vimos muchas veces, aunque siempre me quedó fijada en la memoria la salida de la vieja fábrica de SIGMA, en cuyas puertas solíamos esperarle. O su intervención prodigiosa en la planta noble de BBK, que pulverizó malos entendidos y recelos abriendo de par en par, allá por principios de los 90, las puertas de esta entidad a todos los proyectos de Félix y Alberto Iñurrategi.
Si alguien mereció el título de Presidente Honorífico de la Federación Vasca de Montaña, ese fue Paco Iriondo, aunque en mis recuerdos más recientes Paco fue siempre fiel compañero en todas las citas anuales con BBK en el Pagasarri. Precisamente fue en una de ellas cuando me enteré de que le llamaban “Sebitas”, en honor al mítico guardameta de la Real. Paco se había ganado a pulso el sobrenombre por su buen hacer bajo los palos defendiendo al Elgoibar, equipo del que también fue entrenador.
“87 años… es ley de vida”, comenté con su hija a la salida del funeral, como quitándole importancia a la pérdida. Pero hay ocasiones en que, con una persona, también desaparece parte de una época, que es parte de uno mismo. No deseo llegar a esa edad en la que desaparecen los recuerdos, pero hoy me resulta divertido saber que existe una segunda ocasión en que Paco resultó borrado de mi memoria. Como en la asamblea de Pamplona, no le recuerdo a él, pero tampoco olvido el día: fue el 23 de setiembre de 1994. Cosas de la anestesia: te quita el dolor, pero también la consciencia. Aquel fue el día que me amputaron los dedos congelados en el K2 y Paco, “nervioso y sin saber qué decirme”, estuvo entre las primeras personas que me visitaron al poco de salir del quirófano en el hospital de Zaragoza.
Paco Iriondo, a la izquierda de la foto en la cima del Pagasarri, en una de las muchas marchas organizadas por BBK de las que era asiduo. Junto a él Samshair Alí, Alberto Iñurrategi, Ibrahim Rustam, José Carlos Tamayo y Jon Beloki.