- Aventura y Montaña
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La historia del alpinismo no solo la integran los grandes montañeros y las cimas más legendarias. Objetos habituales de la montaña, como el piolet, se han convertido también en iconos de este deporte, en unas ocasiones porque contribuyeron a engrandecer leyendas y, en otras, porque salvaron vidas.
Al primero de los casos pertenece el Werk Aschenbrenner de madera hallado cerca de la cima del Nanga Parbat, donde el alpinista austriaco Hermann Buhl desapareció tras hollar por primera vez su cima en solitario y sin oxígeno. El piolet fue encontrado 46 años después por una expedición japonesa y entregado a su viuda. Hoy se ha convertido en el mejor símbolo de la hazaña de su dueño.
Pero hay otro piolet cuya historia le ha hecho acreedor de un lugar destacado en el Bradford Wasburn American Mountaineering Museum de Colorado: el que perteneció a Pete Schoening, apodado desde entonces The Belay (el amarre), que salvó su vida y la de otros cinco compañeros durante su agónico descenso del K2 en 1953.
El mes de junio de aquel año Charles Houston lideraba una expedición americana que pugnaba con otra italiana por ser la primera en conquistar la cima del K2.
Cuando ya habían alcanzado los 7.700 metros, un fuerte monzón frustró su ascenso; permanecieron parados una semana con la esperanza de intentar atacar la cima, pero uno de ellos, Art Gilkey, sufrió una tromboflebitis en una pierna que posteriormente se complicó con un edema pulmonar de altura. Inmediatamente fueron al campamento y se prepararon para descender.
Fue Shoening quien asumió la dirección del rescate desde el primer momento. Shoening se autoaseguró a su piolet anclándolo en el hielo tras una roca y comenzó a deslizar con cuerdas el cuerpo casi inerte de Gilkey por un tramo vertical de 15 metros. The Belay controlaría el descenso pasando la cuerda por el mango del piolet y por su espalda, frenando el peso de su compañero con sus manos.
Pero su compañero George Bell, que tenía los dedos de pies y manos congelados, resbaló y comenzó a precipitarse pendiente abajo; se enredó en una maraña de cordajes y comenzó a arrastrar a sus otros cinco compañeros, incluidos Schoening y Gilkey, hacia un precipicio de 2.500 metros y una muerte segura.
El piolet fue capaz de aguantar el peso, no solo de su propietario, sino el de otras cinco personas tras un impacto brutal. Para ilustrar la escena solo hay que imaginar las manos de Schoening completamente desolladas y abrasadas incluso a pesar de los gruesos guantes indios que llevaba puestos.
Pero resistió.
Lamentablemente, Gilkey no sobrevivió; después del incidente le habían dejado atado a dos piolets y, cuando tres de sus compañeros fueron a recogerle, había desaparecido. De él queda como recuerdo un túmulo junto al campo base del K2, en memoria de todos los que perdieron la vida en esta montaña.
El mérito de alcanzar la cumbre del K2 por primera vez se lo llevó la expedición italiana de Ardito Desio, pero sin la gloria que acompaña a este tipo de gestas. Los dos alpinistas que hollaron la cima, Achille Compagnoni y Lacedelli, abandonaron a su suerte a su compañero Bonati y al porteador que les había transportado las botellas de oxígeno, y les obligaron a hacer un vivac a más de 8.000 metros. Años después, el primer hombre en escalar los 14 ochomiles del planeta, Reinhold Messner, admitió que, pese a sentir respeto por los italianos, este era mucho mayor por el equipo estadounidense, porque fracasó “de la forma más hermosa que se puede imaginar”.
De aquel mes de julio de 1953 quedó para la historia del alpinismo un piolet y una nueva gesta de supervivencia.