- Aventura y Montaña
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A veces, realidad y ficción se cruzan sin quedar claro cuándo una supera a la otra. Pero la historia del alpinismo está plagada de momentos en los que la realidad es mucho más cruda que la ficción. Uno de esos casos se produjo en 1985 y tuvo como protagonistas a los alpinistas Joe Simpson y Simon Yates, y como escenario el Siula Grande, una legendaria montaña de los Andes peruanos de 6.344 metros de altitud.
Su hazaña de supervivencia fue de tal intensidad que inspiró un libro y una película, “Tocando el vacío”, que estremece por su dureza y que es considerada uno de los relatos más extremos del alpinismo.
Esta historia arranca en 1985, cuando los dos jóvenes alpinistas británicos decidieron ascender por primera vez la cara occidental del Siula Grande. El plan era sencillo: hacer cima en el menor tiempo posible con lo mínimo, una mochila con ropa, comida, material de escalada y una pequeña bombonas de gas para fundir hielo y beber los 5 litros de agua que necesitaban al día.
El ascenso no fue mal, aunque resultó más complicado de lo previsto: la gran cantidad de nieve polvo acumulada y la tormenta en la que se vieron envueltos les impidió coronar la cima hasta pasados tres días. Pero ni Yates ni, sobre todo, Simpson, eran conscientes del infierno que les esperaba durante el descenso.
Tan solo un día después de hacer cumbre se quedaron sin gas y, por lo tanto, sin poder obtener agua. Pero cuando pensaban que sus desgracias se iban a limitar a eso, Simpson cayó por una cornisa y se fracturó la tibia derecha. Sin posibilidad de ser rescatados, ambos idearon un sistema para intentar burlar a una muerte segura y descender juntos: unirían sus dos cuerdas de 50 metros para obtener una de 100, de manera que Yates intentaría bajar a su compañero por tramos aguantando su peso. Simpson fijaría su posición con un piolet y Yates podría encontrarse con él de nuevo para repetir la misma operación. Era el primer rescate realizado por un solo hombre en una situación tan extrema.
La idea era ir descendiendo a Joe paulatinamente hasta donde pudiera. Pero había un problema. La cuerda era de 100 m y en el centro se encontraba el nudo que unía ambas, un nudo que era demasiado grande como para que pudiera pasar por el orificio del mosquetón. Por eso cuando Simpson descendía 50 m debía destensar la cuerda para que Yates se desasegurara y pasara la cuerda por el otro lado del mosquetón. Así lo hicieron varias veces, hasta que Simpson resbaló por una cornisa de hielo y quedó suspendido en el aire, en medio de una fuerte ventisca. Su compañero, arriba, permaneció dos largas horas en las más absoluta ignorancia y en medio de una terrible tormenta. Lo único que notaba era el peso de su compañero, que tensaba la cuerda a cada movimiento, y que le arrastraba hacia el abismo.
Desesperado, convencido de que Simpson había muerto, Yates tuvo que optar entre dos opciones: dejarse arrastrar hacia la muerte por su compañero o cortar la cuerda que les unía. Sacó su pequeña navaja, la abrió como pudo y cortó el cordaje. Acababa de dejar caer al vacío a su compañero.
Milagrosamente, Joe Simpson no murió: cayó sobre un montículo de hielo que amortiguó la caída de 50 metros y aterrizó en el fondo de una sima. Parecía una buena noticia, aunque él sabía que su muerte podría ser todavía más espantosa. Pero no se resignó: con un dolor insoportable, descendió reptando como pudo hasta lo más profundo de la grieta y vio una salida. Desorientado, deshidratado, desnutrido y parcialmente cegado por el sol, continuó abriéndose paso a través de un glaciar lleno de grietas mientras intentaba ignorar un dolor insoportable el su pierna y esquivaba la locura que ya se había apoderado de su cabeza.
El séptimo día desfalleció y se abandonó a su delirio. Joe Simpson todavía recuerda cómo, en aquellos momentos, en su cabeza solo había sitio para una cosa: la canción Brown girl in the ring, que canturreaba mentalmente sin parar. Uno de sus últimos pensamientos fue: “¡¡Hay que joderse: voy a morirme con una canción de Bonney M.!!”
Pero en ese momento percibió un olor familiar: sin saber cómo, había llegado junto al lugar que usaban como letrina en el campamento base. Era de noche, y Simpson invirtió sus últimas fuerzas en gritar a su compañero, que le oyó enseguida. Al acercarse, Yates vio a un Simpson moribundo, que parecía “la imagen de un fantasma”, y que le susurró: “Yo habría hecho lo mismo”.
Joe Simpson perdió en esta expedición la tercera parte de su peso corporal. Fue sometido a seis operaciones durante los dos años posteriores. Hoy continúa escalando y defendiendo firmemente a su compañero Simon Yates por lo que hizo.