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Esta podría ser una de las muchas hazañas de supervivencia que hemos empezado a relatar en este blog. Pero estamos ante algo más: se trata de una hazaña humana que pone en valor a las personas y al montañismo. Una gesta que tiene como protagonistas a tres de los mejores alpinistas, tanto en su vertiente moral como en su faceta deportiva.
Alberto Iñurrategi, Juan Vallejo y Mikel Zabalza dejaron claro la semana pasada que hay muchas formas de hacer alpinismo, y que este deporte no se puede concebir sin las personas que lo practican, aunque haya quien sea capaz de sacrificar cualquier cosa, incluso una vida humana, por un objetivo.
Los tres integrantes de WOPeak 2017 se vieron obligados a dar por concluida la expedición de la Fundación Walk On Proyect en el Gasherbrum por culpa de la meteorología. Lo intentaron sin éxito por rutas no convencionales, tanto en el G I como en el G II, y decidieron abandonar.
Fueron momentos de “bajonazo”, como más tarde recordarían los miembros de la cordada, cuando se dispusieron a iniciar el descenso. Pero lo que ninguno de ellos imaginaba era que su auténtico reto estaba aún por llegar y que ese disgusto se iba a transformar en una satisfacción inmensa.
Los tres miembros del grupo se dieron cuenta de la ausencia de uno de los integrantes de una expedición comercial que regresaba al Campo Base tras hacer cima por la vía normal del G II. Este tipo de expediciones está compuesta por personas cuyo única vinculación es compartir los gastos derivados del permiso de cima y los servicios de cocina, de guías y de porteadores.
Faltaba el montañero italiano Valerio Annovazzi.
Efectivamente, al preguntar por él a otros miembros de la misma expedición, estos les confirmaron que la última vez que le habían visto fue en el Campo 3 a unos 7.100 metros de altitud. Le habían dejado atrás a pesar de que admitir que el italiano decía cosas inconexas y sin coherencia.
Iñurrategi, Zabalza y Vallejo se sirvieron del teleobjetivo de Ark Saiz, el fotógrafo de la expedición WOPeak17, para intentar localizarlo y gracias a él pudieron descubrir que su tienda permanecía en pie en el C 3.
A ninguno de ellos les importó que acabaran de realizar un duro y complicado descenso tras el ataque fallido a la cima del G II: parecía claro que Valerio Annovazzi tenía problemas y decidieron ir a por él con las primeras luces día.
Su intención era llegar al C 3 desde el Campo Base de la manera más rápida y directa posible, y así lo hicieron. El equipo tardó cerca de 12 horas en ascender hasta donde se encontraba Annovazzi, a 7.100 metros de altitud, y se encontró un panorama grave. Los cuatro días que el montañero italiano había permanecido a más de 7.000 metros le habían pasado factura: a sus 59 años, estaba deshidratado y tenía síntomas de congelación. Apenas había comido ni bebido y ni siquiera se había atrevido a salir de la tienda, quizá sin ser consciente de que se enfrentaba a una muerte segura.
Al llegar a su posición, Iñurrategi, Zabalza y Vallejo le dieron comida y agua y le trataron sus síntomas con medicamentos. Inmediatamente decidieron bajarlo al C 2, a 6.500 metros, para pasar la noche. Al día siguiente, según sus propias palabras, consiguieron descender “con Valerio bajando por su propio pie y turnándonos entre los tres para asegurarle en corto en todo momento, con la cuerda muy tensa, desde el C 2 hasta el Campo Base”. “Ningún helicóptero en estas condiciones climatológicas podía llegar hasta aquí”, añadieron.
Hoy, Valerio Annovazzi se encuentra a salvo recuperándose de su odisea. Y los tres alpinistas que lo salvaron de una muerte segura reconocen haber hecho “la mejor de las cimas”. “Para nosotros esto es el ejemplo máximo del alpinismo en el que creemos. Estamos felices porque ésta es la mejor de las cimas. La vida es la cumbre más importante”.