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Hay muchas pruebas deportivas de alta resistencia, pero pocas superan en dureza al Lapland Extreme Challenge.
Y también hay muchos deportistas extremos, pero pocos tienen un currículo tan brutal como Antonio de la Rosa.
Durante el último mes ambas piezas se han unido y han dado como resultado uno los retos deportivos más espectaculares del planeta: el deportista vallisoletano ha sido capaz de cubrir en pleno invierno un circuito de 1.000 kilómetros de longitud por la tundra finlandesa más inhóspita, sobre un par de esquíes de fondo y arrastrando un trineo de 60 kilos. Lo ha hecho en 27 días, 9 horas y 30 minutos, pulverizando todas las marcas que se habían registrado durante las cinco ediciones anteriores. Y lo ha logrado, además, en solitario.
Las condiciones meteorológicas a las que se ha enfrentado han sido tan duras que desde el quinto día Antonio se fue quedando progresivamente sin rivales: ninguno de ellos pudo soportar las temperaturas de hasta 33o bajo cero y los pesados paquetes de nieve recién caída que convertían cada metro de avance en un auténtico calvario. “Ha sido durísimo, posiblemente lo más duro que he hecho en mi vida. Por dificultad física y técnica. Pero la ilusión, determinación y ganas de acabar lo que no pude el año pasado me han dado alas”, comentaba al llegar a meta.
Y es que el Lapland Extreme Challenge de este año ha sido uno de los más tortuosos de los últimos años. Las intensas nevadas que han asolado todo el continente durante las últimas semanas han obligado al deportista castellano a abrir huella continuamente y a limpiar la nieve que se acumulaba en su trineo y esquíes, que apenas le permitían avanzar 3 kilómetros cada hora: “Muchas veces no hay sendero practicable. Este año ha sido el de más nieve desde 1999, y eso se ha notado”. En ocasiones, Antonio tenía que abrir huella en zonas que acumulaban 1,5 metros de nieve virgen, una tarea titánica que solo ha podido afrontar con esquíes de gran tamaño.
Pero las dificultades que se ha encontrado no solo han sido climatológicas. Antonio también ha tenido que sortear bolsas de agua cubiertas por la nieve, que constituyen auténticas trampas capaces de causar congelaciones severas a quienes se hunden en ellas. Una de ellas casi le obliga a abandonar la prueba: “Me hundí y tuve que hacer una hoguera y secar todo el material inmediatamente”.
Pero la experiencia es un grado y en esta edición Antonio ha sabido evitar los errores que cometió el pasado año, cuando se vio obligado a abandonar la prueba por ponerse unos calcetines húmedos que casi le provoca la congelación de tres dedos.
Y el balance de su experiencia es inequívoco: “Estoy disfrutando cada día, sufriendo mucho, pero a los que nos gusta buscar desafíos, no sabemos por qué, nos gustan este tipo de cosas”, afirmó en una entrevista radiofónica. “Estoy viendo atardeceres en los que no escuchas nada. Son momentos mágicos y merece la pena toda la soledad que puedas pasar”.
El pasado viernes llegó a Madrid procedente de Bruselas para descansar y tomar fuerzas para su próximo desafío: convertirse en la primera persona que cruza el Océano Pacífico sobre una tabla de paddle-surf. Una hazaña que puede resultar una locura a los ojos de cualquiera, pero que en los de Antonio toma forma de reto.
Solo hay que echar un vistazo a su currículo de los últimos cuatro años. En 2014 completó en 42 días los 1.700 kilómetros de recorrido de la ruta Iditarod, en Alaska, con esquís de fondo. Unos meses después participó y ganó la Rame Ocean, una prueba que consiste en atravesar el Océano Atlántico sobre una canoa a remos. Un año después cubrió los casi 900 kilómetros que separan Madrid de Lisboa a través de distintos cauces fluviales… sobre una tabla de paddle surf. Y el pasado año completó la vuelta a la Península Ibérica con el mismo método…
Bombero de profesión en la Comunidad de Madrid, desde el año 2003 se encuentra en excedencia para disfrutar de sus dos grandes pasiones, el deporte y la naturaleza, y para participar en pruebas extremas. Tal y como él mismo se define, es un “espíritu inquieto” incapaz de quedarse en su zona de confort.